Lo femenino es la fuerza que admite la vulnerabilidad, el cese del mundo, o quizá, el cese de éste en modo de lucha. Es el poder de ya no tener más el poder sino para la ternura, para lamer las heridas, para descansar del mundo.
¿Por qué lo quieren dejar de lado? ¡Es un milagro!
Es recepción, vasija, caricia, es dar el alimento; lo femenino espera, recibe, escucha, contiene. Es el sueño; cerrar los ojos y descansar del personaje eficiente que trabaja para hacer el mundo posible.
Sin esa fuerza todo está perdido.
Negarlo es negar una de nuestras versiones más bellas. Somos -podemos ser- punto de llegada, el regreso; la hora de la llama de la vela, la caricia en los cabellos; la respiración serena y confiada de recibir al otro en nuestros brazos.
No renuncien a esta dicha.
Comprender esta fuerza también es nuestra grandeza. Refinarla, cultivarla; hacerla consciente. Es verdad: hay una suerte de abnegación en esto y no todas estamos destinadas a expresar lo femenino de este modo, pero negarlo del todo es dejar al mundo en desequilibrio.