El día del hombre. Cap.12

in #cervantes7 years ago

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REUTERS/Reuters TV

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El ministro para la Planificación, Marco Menéndez Abad, se detuvo en Los Ríos, un local dedicado a servir desayunos, almuerzos y cenas de notable calidad y cuyos clientes son gente de la “High”.

La gente de menores recursos, pasa y ven a los comensales, paladines de la revolución, comiendo al lado de la ultraderecha. Pero nadie dice otra cosa que una queja que no llega a ninguna parte, “porque así son las cosas y tenemos que aguantar”.

El ministro no se detuvo por motivos casuales. Claro que iba a comer, pero había citado a un emprendedor, que le traía una propuesta.

La pesada escolta no hacía otra cosa que escoltar la calle y llamar la atención. Pero rápidamente se acomodaron y el ministro pudo entrar tranquilamente al local, que tenía también su propia escolta, aparte de policías y GNB, además, pagaban vacuna al hampa para que no los azotara ni a los clientes.

Un maître, le recibió afectuosamente, además, se conocían. Lo llevó a la mesa.

Luego comenzó con un jugo de naranja y unas tostadas.

Su comensal llegó. No iba especialmente ataviado, parecía “un ciudadano de a pie” más. Se saludaron y el ministro le invitó a sentarse. Ya los guardaespaldas lo conocían, pero lo veían con despreció, no parecía rico.

El hombre no había desayunado, esperaba hacerlo invitado por el ministro. Pidió un desayuno criollo, jugo de lechoza y café. El ministro recibió sus tostadas y las compartió con el socio, que las rechazó; en cambio, atacó decidido un café con leche y unas arepitas con nata.

Hablaban trivialidades. Como si el desayuno fuera el propiciador de la verdadera conversación. El local no estaba vacío, pero lucía algo flojo. El hombre iba vestido sin formalidad alguna: jeans, una camisa abierta y franela, que tenía escrita en el centro “No lo intentes, hazlo o no lo hagas”, Yoda y al lado, una foto de perfil del maestro Jeddi.

El ministro veía la franela. Entonces preguntó, algo serio:

—¿Entonces, puede hacerse? —dijo, sonriendo levemente.

—puede. Pero cuesta. Mucho—respondió, no viendo a su interlocutor deliberadamente.

—yo no te pregunté eso. ¿Sí o no? —preguntó, como tratando de desafiarlo y captar la atención de su vista.

—no lo voy a intentar. Lo voy a hacer. Pero eres ministro y este gobierno no tiene para pagar a nadie y además, son mala paga. No lo voy hacer— respondió, manteniéndose firme, no se dejaba intimidar.

—para esto puedo conseguir un presupuesto aparte. Sólo tú y yo sabremos. Nadie te frenará recursos. No te preocupes chico—dijo, cambiando la táctica, sabía que aquel hombre al que hablaba tenía el conocimiento y la oportunidad. Los medios los tenía él como ministro del gobierno. Era lo único que faltaba.

—consíguelo. Ahorita firmaremos unos papeles. No te preocupes, aquí nadie los va a ver. Me vas a conseguir para hoy mismo un vuelo, voy a Europa a preparar todo, es decir; hacer el encargo, pagar y otros detalles. Regreso aquí y comienzo a preparar el sitio. Estoy hablando que esto se va a demorar una semana—dijo, esta vez le clavó la vista en la cara, ojos muy abiertos, boca cerrada, sin una pizca de risa.

El hombre vio que llegaban los platos con el desayuno de ambos. Fue una buena pausa en aquella medición de fuerzas que tenían ellos dos. También, aunque no querían, bajó la tensión, se rieron y comentaron los platos a devorar. El maître se encargaba que ellos se sintieran a gusto, adelantando detalles. Estaban agradecidos del buen servicio.

—debes guardar ese documento. Nadie puede verlo—dijo el ministro.

—tranquilo. Estará bajo llave. Lo necesitamos. Pero si lo descubren, no habrá lugar en la tierra que quiera acogernos—dijo el ingeniero, en realidad mentía, el documento lo protegía más a él que a cualquier otra persona.

—me trajiste la hoja, ¿Verdad? —preguntó el ministro, queriendo tomar la iniciativa.

—claro, ya te la doy—el ingeniero sacó del maletín que tenía, bastante costoso, una carpeta con unas hojas. Sacó una y se la extendió al ministro. Luego le mostró otras tres más y le hizo unos comentarios rápidos. El ministro veía

aquellas hojas, mientras sus manos trabajaban la comida y daba bocados cortos. Al ver todas las hojas, hizo un gesto asertivo y se sonrojó.

—esto me parece bien. Lo que habíamos hablado. Gracias—dijo, mientras el ingeniero le acomodaba las hojas dentro de la carpeta y volvía a la comida que sí estaba muy buena.

—el tiempo no estará a nuestro favor. Pero hay muchas cosas aquí que tardarán hasta tres meses en llegar. Por favor, llegado el momento, que en el puerto no pregunten mucho y menos que se les ocurra pedir peaje. Si alguien más se entera de lo que llevamos, nos jod…, perdón, estaremos condenados— dijo el ingeniero, apenado porque estuvo a punto de decir una grosería en plena reunión de negocios.

—tranquilo, yo manejo eso. Además, de arriba ya saben. No habrá problema alguno —dijo el ministro, seguro de sus palabras.

El desayuno continuó de manera trivial. No volvieron hablar más de trabajo. Las cosas de siempre, mujer o mujeres, hijos, deudas, problemas de trabajo, política. Cuentos extraños de las cosas que pasan en Caracas y más extraños aún, de lo que pasa en el resto de Venezuela.

La reunión terminó. El ministro pagó la cuenta y el ingeniero estaba complacido. El ayudante del ministro tomó la carpeta y la guardó en un maletín que tenía llave de seguridad.

Salieron a la calle y cada uno por su rumbo. El ingeniero se fue caminando, cruzó la avenida y se perdió de vista. El ministro se fue a la camioneta que lo llevaba y le abrieron la puerta, se montó y ellos arrancaron.

Le informaron que había manifestaciones en el Este de Caracas, que probablemente el presidente convocaría un consejo de ministros. Los militares estaban siendo desplegados y se ordenó acuartelamiento al personal militar y policial fuera de servicio o no designado a ninguna tarea.

“incluso, han desplegado las baterías antiaéreas” dijo uno de los guardaespaldas, en un tono que buscaba medir el miedo del ministro.

Nadie dijo nada. Siguieron adelante, el ministro ordenó encender la radio y la sintonizar una emisora de propaganda, ordenó, molesto, colocar RCR; porque siempre le gustaba escuchar lo que todos tienen qué decir y la propaganda no dice otra cosa que negar la realidad e imponer su narrativa ficticia.

Pero hablar así ante aquellos hombres, mucho más ignorantes y lo que era peor, carentes de pensamiento crítico, era una imprudencia. Ya él había sido tildado de quinta columna, de traidor, de andar con la derecha. “hasta tener amigos te convierte en una amenaza” se decía así mismo el ministro.

Había tráfico, pero no estaban detenidos por un obstinante embotellamiento. Claro, sabía que en la medida que la avenida lo llevara al centro, el avance sería cada vez más lento; pero aun así tenía la sensación de que todo estaba bien, a pesar de lo que decía la radio.

Predecir el tiempo de llegada en la capital del caos que era Caracas se ha convertido en un arte. El ministro solía atinar bastante bien, pero aquellos guardaespaldas y choferes eran maestros, sin asomo de duda. Sabían maniobrar entre las calles, encendían las sirenas, se metían justo cuando parecía que nadie podría hacerlo.

Aunque el ministro tenía su vehículo, no lo usaba ya y se valía de aquel beneficio que le daba su cargo, también, se sentía más seguro. Ya en una oportunidad, cuando era sólo un empresario exitoso, lo habían robado en Las Mercedes, saliendo de una cena con su esposa. Y una hija suya, que vivía en el extranjero, había sido víctima de un secuestro express, que le salió barato; pero a su hija no: en el grupo de secuestradores contó que había una mujer muy malhablada, que decía “…eres una putica millonaria de cuna, porque tu familia le robó al pueblo, a mi familia y por eso estamos mal… los ricos son ricos porque le quitan todo a nosotros…” y le daba golpes cada vez que podía, o le dejaban los otros secuestradores.

Desde ese incidente, nadie sale de su casa sin escolta y nadie sale de noche y menos, solo. Tenía otros tres hijos. Su esposa era médico y socia de una clínica, así que también tenía protección en su trabajo.

El ministro solía ignorar su teléfono celular. Sólo contestaba cuando juzgaba pertinente. Y aquel criterio solía ser bastante restrictivo. Incluso, solía no contestar a su mujer e hijos. Incluso, su hija, que estaba en otro país, solía ser ignorada por él, lo que provocaba la furia de ella.

El vehículo que iba detrás de ellos de pronto, explotó. Luego, se escucharon unas detonaciones y dos motorizados cayeron. Una granada explotó en el piso, justo debajo del vehículo que iba delante de ellos y otra más le dio de lleno, explotó pero no hizo mayor daño. Otra explosión ocurrió el vehículo detrás

quedó destruido. Luego se vio un cohete que dio de lleno al escolta que iba delante. Los dos motorizados estaban con las armas desenfundadas y daban señas al vehículo donde iba el ministro.

Él estaba agachado, presa del miedo, mientras dentro de la camioneta los escoltas se veían superados y trataban de coordinarse, al parecer, los segundos sin recibir impacto indicaron que estaban en un punto ciego.

Le ordenaron al ministro bajar, pero no quería hacerlo. La idea era ir a donde estaban los escoltas motorizados y de allí tomar una de las motos y sacarlo del lugar.

Un nuevo misil impactó en la puerta. Dejó al vehículo sin protección y a todos adentro, conmocionados. Otro misil impactó y la camioneta explotó. Todos estaban muertos, calcinados, reventados.

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Excelente hermano, como siempre.
Un abrazo.