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OCTUBRE 2013 | Como una vasija quebrada

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Como una vasija quebrada

Por el élder Jeffrey R. Holland

Del Quórum de los Doce Apóstoles


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¿Cuál es la mejor manera de actuar cuando ustedes o sus seres amados afronten dificultades mentales o emocionales?


El apóstol Pedro escribió que los discípulos de Jesucristo deben ser “compasivos”1. En ese espíritu deseo dirigir mis palabras a los que sufren alguna forma de trastorno mental o emocional, sean esas aflicciones leves o severas, de breve duración o persistentes a lo largo de la vida. Llegamos a comprender un poco la complejidad de estos asuntos cuando escuchamos a profesionales hablar de neurosis y psicosis, de predisposiciones genéticas y defectos en los cromosomas, de bipolaridad, paranoia y esquizofrenia. Sin embargo, por más desconcertante que todo esto pueda ser, estas aflicciones son algunas de las realidades de la vida mortal y el reconocerlas no debería avergonzarnos sino que tendría que ser como cuando reconocemos que tenemos que lidiar con presión arterial alta o con la repentina aparición de un tumor maligno.


Al esforzarnos en busca de paz y comprensión en cuanto a estos asuntos difíciles, es crucial recordar que vivimos —y elegimos vivir— en un mundo caído, en el que, por designio divino, nuestro esfuerzo por lograr la divinidad será puesto a prueba una y otra vez. La gran seguridad en el plan de Dios, es que se nos prometió un Salvador, un Redentor que, mediante nuestra fe en Él, nos levantaría triunfantes por encima de esas pruebas y dificultades, aunque el precio para lograrlo fuera inmensurable, tanto para el Padre que Lo mandó, como para el Hijo que aceptó venir. Sólo el agradecimiento a ese amor divino es lo que hará que nuestro propio sufrimiento, en menor escala, sea, en primer lugar soportable, luego comprensible, y finalmente redentor.


Permítanme dejar las enfermedades extraordinarias que he mencionado para concentrarme en el “Trastorno Depresivo mayor” (MDD por sus siglas en inglés) o más comúnmente “depresión”. Cuando hablo de esto, no estoy hablando de tener un mal día, ni de vencimientos tributarios u otros momentos de desaliento que todos tenemos. Todos sentiremos ansiedad o desánimo en alguna ocasión. En el Libro de Mormón dice que Ammón y sus hermanos se sintieron desanimados en un momento muy difícil2 y, por lo tanto, nosotros también podemos estarlo. Pero hoy hablo de algo más serio, de una aflicción tan severa que restringe de modo significativo la capacidad de la persona para funcionar plenamente; un abismo tan profundo en la mente que nadie, de manera responsable, podría sugerir que el mismo desaparecería si las víctimas simplemente levantaran los hombros y pensaran de manera más positiva, ¡pese a que soy un ávido defensor de que levantemos los hombros y pensemos en forma positiva!


No, esta noche oscura en la mente y el espíritu es más que un simple desánimo. He visto cómo le afectó a un hombre absolutamente angelical cuando murió su amada esposa después de cincuenta años de casados. La he visto en mujeres después de tener un bebé, lo que con eufemismo llaman “depresión posparto”. La he visto atacar a estudiantes ansiosos, militares veteranos, y a abuelas preocupadas por el bienestar de sus hijos adultos.


Y la he visto en padres jóvenes que tratan de proveer para su familia. De esa manera aterradora una vez la vi en mí mismo. En un momento de nuestra vida de casados, cuando los temores financieros se sumaron a una intensa fatiga, sufrí un golpe emocional que fue inesperado y muy real. Con la ayuda de Dios y el amor de mi familia, seguí funcionando y trabajando, pero incluso después de todos estos años sigo sintiendo una profunda compasión por aquellos que se encuentran crónica y profundamente afectados con el mismo desánimo que tuve yo. En cualquier situación, todos podemos sentirnos inspirados por aquellos que, en las palabras del profeta José, “[escudriñaron] y [contemplaron] el abismo más oscuro”3 y perseveraron a través de él; entre ellos grandes personas como Abraham Lincoln, Winston Churchill y el élder George Albert Smith, siendo el último uno de los hombres más generosos y cristianos de nuestra dispensación que luchó con depresión recurrente por varios años antes de llegar a ser el universalmente amado octavo profeta y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.


Entonces, ¿cuál es la mejor manera de actuar cuando ustedes o sus seres amados afronten dificultades mentales o emocionales? Ante todo, nunca pierdan la fe en el Padre Celestial, quien los ama más de lo que pueden comprender. Como dijo el presidente Monson a las hermanas de la Sociedad de Socorro, de manera tan conmovedora, el pasado sábado por la noche; “Ese amor nunca cambia… Está allí para cuando se sientan tristes o felices, desanimadas o esperanzadas. El amor de Dios está allí ya sea que sientan que merezcan amor o no; simplemente siempre está allí”4. Nunca jamás duden eso ni nunca endurezcan sus corazones. Fielmente sigan las buenas prácticas de devoción que invitan al Espíritu del Señor a sus vidas. Busquen el consejo de los que poseen las llaves de su bienestar espiritual. Pidan y atesoren las bendiciones del sacerdocio. Participen de la Santa Cena cada semana y aférrense a las promesas de perfección en la expiación de Jesucristo. Crean en los milagros. He visto suceder muchos de ellos cuando todo otro indicio decía que ya no había esperanza. La esperanza nunca se pierde. Si esos milagros no llegan enseguida, plenamente o nunca llegan, recuerden el angustiado ejemplo del Salvador: Si la amarga copa no pasa de nosotros, bebámosla y seamos fuertes, confiando en días más felices por delante5.


Al prevenir cualquier enfermedad cuando sea posible, estén pendientes de los indicadores de estrés en ustedes mismos y en otras personas a las que puedan ayudar. Al igual que con su automóvil, estén alertas a las temperaturas elevadas, a la velocidad excesiva o al bajo nivel de combustible. Cuando afronten una “depresión por agotamiento”, hagan los ajustes necesarios. La fatiga es un enemigo común para todos nosotros, así que disminuyan el ritmo, descansen, repongan energías y recobren fuerzas. Los médicos nos aconsejan que si no nos tomamos el tiempo para cuidarnos, lo más seguro es que después lo tomaremos cuando estemos enfermos.


Si las cosas continúan debilitándolos, busquen el consejo de personas certificadas y con buena reputación, aptitud profesional y buenos valores. Sean sinceros con ellos acerca de su historial y sus dificultades. Consideren con espíritu de oración y de manera responsable el consejo que les brinden y las soluciones que les prescriban. Si tuvieran apendicitis, Dios esperaría que pidieran una bendición del sacerdocio y que obtuvieran la mejor atención médica disponible; lo mismo se aplica a los trastornos emocionales. Nuestro Padre en los Cielos espera que usemos todos los maravillosos dones que Él nos ha proporcionado en esta gloriosa dispensación.


Si ustedes son la persona afligida o quienes cuidan a una persona afligida, traten de no abrumarse con esa gran tarea. No asuman que pueden arreglar todo, traten de arreglar lo que puedan. Si resultan ser pequeños triunfos, siéntanse agradecidos por ellos y sean pacientes. En las Escrituras, docenas de veces el Señor manda a alguien: “callad” o “quedaos tranquilos” y esperad6. El sobrellevar pacientemente algunas cosas es parte de nuestro aprendizaje en la vida mortal.


Para quienes cuidan de una persona afligida: En su esfuerzo devoto por cuidar de la salud de otra persona, no destruyan la suya. En todas esas cosas, sean prudentes; no corran más aprisa de lo que sus fuerzas les permitan7. Sin importar lo que sean o no sean capaces de proporcionar, pueden ofrecer sus oraciones y pueden brindar un “amor sincero”8. “La caridad es sufrida, es benigna… no se irrita… sino que todo lo sufre… todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca deja de ser”9.


Recordemos también que con cualquier enfermedad o desafío difícil, aún hay mucho en la vida por lo cual debemos tener esperanza y gratitud. ¡Somos infinitamente más que nuestras limitaciones o aflicciones! Stephanie Clark Nielson y su familia han sido nuestros amigos por más de 30 años. El 16 de agosto de 2008, Stephanie y su esposo, Christian, sufrieron un accidente de avión; el fuego que produjo el impacto la dañó tan horriblemente que los familiares sólo reconocieron sus uñas pintadas de los pies cuando fueron a identificar a las víctimas. No había casi ninguna posibilidad de que Stephanie viviera. Después de cinco meses en coma inducido, ella se despertó y se vio a sí misma. Eso causó daños psicológicos y una terrible depresión. Tenía cuatro hijos menores de siete años, y Stephanie no quería que la vieran así nunca más. Sintió que sería mejor no estar viva. “Pensé que sería más fácil”, me contó Stephanie una vez en mi oficina, “si se olvidaban de mí y yo me iba de sus vidas silenciosamente”.


Pero para su beneficio eterno, y con las oraciones de su esposo, su familia, sus amigos, sus cuatro hermosos hijos y la quinta que nació hace sólo 18 meses, Stephanie se abrió paso en el abismo de la destrucción para ser una de las más populares “mamá blogger” del país, declarando abiertamente a los cuatro millones de personas que siguen su blog que su “propósito divino” en la vida es ser madre y apreciar cada día que se le ha dado en esta hermosa tierra.


Mis hermanos y hermanas, sea cual fuere su lucha, mental, emocional, física o de otro tipo, ¡no nieguen el preciado valor de la vida acabando con ella! Confíen en Dios. Aférrense a Su amor. Sepan que un día el alba brillará intensamente y todas las sombras de la mortalidad huirán. Aunque sintamos que somos “como una vasija quebrada”, como dijo el salmista10, debemos recordar que esa vasija está en las manos del Alfarero Divino. Las mentes quebradas se pueden curar de la misma manera que se curan los huesos y los corazones rotos. Mientras Dios trabaja haciendo esas reparaciones, el resto de nosotros puede ayudar siendo misericordiosos, imparciales y amables.


Testifico de la Santa Resurrección, ¡ese don inefable que es la piedra clave de la expiación del Señor Jesucristo! Junto con el apóstol Pablo, testifico que aquello que se sembró en corrupción algún día resucitará en incorrupción y que lo que se sembró en debilidad al final resucitará en poder11. Testifico del día en que nuestros seres queridos que sufrían discapacidades en la vida terrenal se presentarán ante nosotros glorificados y grandiosos, asombrosamente perfectos en cuerpo y mente. ¡Qué momento maravilloso será! No sé si sentiremos mayor felicidad por ser testigos de tal milagro o porque ellos serán totalmente perfectos y “libres al fin”12. Hasta que llegue aquella hora en que el consumado don de Cristo sea evidente para todos nosotros, ruego que vivamos por fe, nos aferremos a la esperanza y seamos “compasivos”13 el uno con el otro. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.


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