Secretos en navidad
(Romance paranormal)
Probablemente este será el último diciembre en el que Celeste podrá ser la misma, ya que los secretos son insostenibles entre los miembros de su familia.
Acompañemos a esta joven a descubrir esa realidad de la que fue aislada y tratemos con ella de celebrar una linda, memorable e inolvidable Navidad.
—Hola mamá —la saludé luego de darle un fuerte abrazo, tenía casi tres años sin verla ya que los últimos años de la universidad había consumido por completo mi vida social y familiar, aunque mejor no me excusaba, soy una asocial en potencia.
—Hola, mi bella ingeniera, felicitaciones de nuevo. Empieza si quieres almorzar sin nosotros, la nevera está repleta de comida navideña, lo siento, sé que eres un poco apática en estas fechas; en un momento vuelvo, voy de salida a buscar a tu padre que está en unos compromisos de trabajo —se detuvo antes de salir y continuó—. Espero que puedas quedarte por más tiempo, no solo por las vacaciones.
Ahí está ella de nuevo, no entiende que me gusta consumirme en mi soledad, que ya estoy acostumbrada a estar así.
—Lo intentaré, cuídate, en un rato nos vemos —me despedí caminando hacia las escaleras para subir a mi antiguo cuarto que mamá mantenía intacto desde que me fui y así dejar ahí las maletas para buscar comer un poco.
Cuando vi la cama no me pude resistir en caer sobre ella y me dejé llevar por el cansancio que tenía. Lo que me pareció una eternidad más tarde, me levanté luego de soñar esa escena recurrente con animales mortíferos; normalmente eran lobos, panteras o no sé, tal vez hienas.
Me di cuenta que había demasiado movimiento proveniente de la sala, al parecer eran varias personas conversando y riendo; hasta se escuchaba una radio encendida con música, afiné el oído para identificar el sonido y eran gaitas.
Me dio curiosidad que hubiera una reunión en la casa, mañana era Navidad y un día previo preferíamos descansar y cocinar en familia; así que decidí salir, no sin antes, recoger mi rubio cabello en una cola alta y verificar en mi rostro que no tuviera algo que me delatara que había pasado las últimas horas durmiendo, como era de esperarse estaba algo hinchado y tenía las marcas de las sábanas.
—Mejor me cepillo si no mataré a quien perciba mi aliento —una vez que estuve algo aseada, me puse un jean negro y una franela blanca con unos zapatos deportivos del mismo color y bajé al encuentro de la movida reunión. El primero en acercarse a mí fue mi padre, sus ojos celestes eran idénticos a los míos y su rostro estaba radiante de felicidad.
Siempre me había sentido orgullosa de lo guapos que eran mis padres y de lo bien cuidados que se mantenían. Llevaban una bella relación, parecían los eternos novios y eso sin mencionar que físicamente estaban muy bien, siempre ejercitándose y comiendo sanamente, me habían dado buenos ejemplos. Aunque eso no serviría de nada si no heredaba esa buena piel. Y como por el momento ni deseaba tener novio, al menos siempre había querido tener una relación tan bonita y leal como la que ellos habían mantenido por años.
Esas son cosas que no pasan dos veces en el mismo círculo de personas —pensé regañándome a mí misma por haber divagado, con ese pesimismo que muchas veces me caracterizaba más aun cuando estaba cerca de ellos, por alguna razón siempre me sentía menos, como si no fuera capaz de poder llevar una vida mejor de la que ellos tuvieron.
—Mi niña, que bueno es poder abrazarte, dormiste más de un día y medio, hoy ya es Navidad —Ohhh a eso llamo yo descansar, con razón todo este escándalo y están tan bien vestidos—. Puedes ir a cambiarte, aquí te esperaremos.
Vi alrededor de toda la sala y además de mis padres estaban unas amigas de la familia con sus esposos e hijos y un hombre que no reconocía. Él en cuanto se dio cuenta de que lo estaba observando, me sonrió y luego me saludó con una de sus manos. Por alguna razón sentí que estaba feliz de verme.
Fruncí el ceño y bajé la mirada hacia el suelo. Luego un poco más enfocada continué con la conversación.
—Papá, no reconozco a ese hombre de ahí, ¿quién es? —mi tono fue desinteresado, aunque el hombre era bastante guapo y se veía hermoso en ese traje de etiqueta.
—Ahhh… ¿te acuerdas de nuestra amiga Migdalis? Ese es su hijo, ya ella está por llegar, cenaremos todos juntos.
—¡Por Dios papá! ¡¿Ese era mi amiguito con el que ustedes me hacían sonrojar, insinuando que de grandes nos casaríamos para que todo quedara en familia?! —intenté hablar bajito evitando que la quijada no me llegara al suelo de la impresión.
Tenía muchos recuerdos hermosos con él, pero al mismo tiempo doloroso, las cosas no habían terminado bien entre ambos.
—Ay hija, esas eran cosas que nos decíamos entre amigos, solo eran comentarios tontos de adultos —papá se disculpó y no notó mi asombro ante el hecho de darme cuenta del cambio tan radical de mi olvidado amigo que lo había hecho tan deseable y hermoso.
Por Dios, ¿cómo es que un blanco flacuchento se puede convertir en un cuerpo tan bien formado? Se tuvo que haber inyectado, operado o algo… es que está como él quiere. Es demasiado irresistible —debí concentrarme para quitarle la mirada de encima, no debía ser tan descarada, aunque ni por asomo yo actuaba así… de esta forma tan hormonal, nadie había sido lo suficientemente varonil como para captar mi atención de esa manera.
—Hasta donde sé ellos vivían en España, ¿qué se supone que hacen aquí? ¿Qué hace él aquí? —inquirí con mala cara. Es que se fueron y jamás volvieron y ahora vienen aquí y están en mi casa como si nada, por alguna razón me sentía algo molesta por saber de su regreso y al mismo tiempo me debatía por sacarme de la cabeza que ese tipo sentado allí parecía sacado de la revista “Hola”.
—Están de vacaciones, aparentemente se van la primera semana de enero, eso no es seguro y como te dije, cenaremos juntos para celebrar la Navidad. Es solo una cordial visita, su hijo llegó primero porque amablemente decidió traer una comida que él mismo preparó, en un momento saldrá en busca de su madre.
Aprovecharé ese tiempo para ponerme perfecta.
—Entiendo, entonces en un momento regreso, iré a cambiarme.
Subí sin mirar atrás, se suponía que con eso me haría la interesante ya que creo haber visto que él hombre me seguía mirando, intentaba recordar cómo se llamaba. Al llegar a mi habitación me di un baño y me coloqué un vestido hasta la rodilla color amarillo muy delicado y bonito. Ese tono resaltaba mi piel blanca. Solté mi cabello y le hice bucles que me llegaban un poco más abajo de los senos y me maquillé de una forma llamativa. Los tacones altos acomodaban mi postura. Me veía hermosa, pocas veces me había molestado en verme así, tan atractiva.
Cuando bajé a la reunión todos me elogiaron, pero me decepcioné al ver que no estaban ni la señora Migdalis, ni su hijo. En ese momento recordé que se llamaba Darío. Cenamos a las doce de la noche como era la costumbre familiar. Y pasé el resto de las siguientes horas quejándome conmigo misma por haber sido tan tonta en arreglarme para un hombre que tenía años que no veía y que para completar capaz y yo le era indiferente.
Esas sensaciones de hace unas horas sí que fueron absurdas, con lo relajado que es estar sola y que nadie te joda la vida… mejor sigo en mi soledad ininterrumpida, al menos así nadie me ignora y deja de responder mis mensajes —me quejé bebiendo un sorbo de mi vino tinto.
Todos bebían y comían y ya varios estaban pasados de copas. Subí hacia mi cuarto y me quité mis tacones y coloqué unas converse rosadas que hallé en mi closet y decidí subir a la casa del árbol, no tenía sueño y quería huir de las risas y constantes conversaciones que se escuchaban en toda la casa.
—Mamá, ya vengo, estaré en la casa del árbol, quiero un tiempo a solas.
—Está bien hija, te quiero.
—Yo también a ti —salí por la puerta del fondo y contemplé mi súper casa del árbol. Mi padre se había pasado los primeros años de mi vida construyéndola, lo había hecho para que soportara el peso de tres adultos y había espacio suficiente para acostarme tendida sobre el suelo si ese era mi deseo. Dos árboles enormes la soportaban nada podía tumbarla o estropearla.
Subí como pude las escaleras ya que esas copas de vino también habían hecho efectos en mí y una vez estando arriba me quedé acostada sobre el suelo de madera para mirar a través de la ventana la gran y brillante luna llena que se posaba en el cielo. Pasé varios minutos meditando el cómo les diría a mis padres que no me iba a quedar en Venezuela, que quería regresar a Londres, ya que estar aquí me hacía sentir cierta apatía, sentía que alrededor de mí pasaba algo, pero no conseguía dar con la situación; era como si no estuviera conforme con la realidad. Estar en Londres me ayudaba a no pensar en eso, me sentía más cómoda al tener a mi familia lejos… estando aquí me sentía fuera de lugar, que no encajaba en el círculo de familiares y amigos.
—Celeste, ¿estás aquí? —escuché la voz de un hombre que llamaba desde el pie de uno de los árboles. Me asomé con cautela y para mi asombro era Darío.
¡Oh Dios mío! ¿Qué hace él aquí?
—¿Puedo subir? Admito que extraño mucho jugar aquí, es la mejor casa del árbol que he visto en toda mi vida.
Ay no puede ser, sí se acuerda de mí… claro tonta dijo tu nombre… ahhh y también del hecho de que cuando teníamos como diez años, pasábamos las tardes en este lugar pintando y compartiendo… sí, sí, hasta que su madre decidió probar suerte en España y jamás volvió.
—S-sí, sí… no hay problema —contesté casi tartamudeando, me sentía muy nerviosa.
Cuando estuvo sentado frente a mí, sentí que el espacio entre ambos se estrechó, de inmediato mi corazón se aceleró, una reacción que me pareció bastante inusual, más aún cuando tuve que reprimir un suspiro cuando pude percibir su agradable olor, su perfume era divino, reprimí las ganas de acercarme un poco para poder olerlo mejor. Requerí de toda mi fuerza de voluntad para no moverme de mi sitio.
—Estás hermosa, sabía que la próxima vez que te viera me daría cuenta de que cambiarías para ser mucho más bonita que cuando niña.
Ignoré su comentario y me fui por la tangente.
—¿Y tu mamá? ¿Por qué no llegaron a tiempo para cenar? No sé si te diste cuenta de la hora, pero es bastante tarde, cuando subí aquí eran alrededor de las tres de la madrugada.
—Ella estaba en casa de unos familiares, fui a buscarla y entre las conversaciones y reencuentros se nos hizo muy tarde, ya sabes que en estas fechas se presta mucho para eso, demasiada comida que probar y conversaciones que atender… debíamos actualizar a nuestros parientes de todo lo hecho en los últimos años; pero no te preocupes, lo importante es que llegamos, mamá está con tus padres y yo estoy aquí. —sonrió y no podía despegar la mirada de sus grandes y perfectos ojos color café.
—Entiendo, ¿y qué has hecho por tu vida? ¿Cómo estás? ¿Tienes algo que quieras compartir conmigo después de tener alrededor de quince años sin vernos? —sentía cierto rencor, jamás me escribió, no respondió mis emails, nada, él solo se fue y prácticamente desapareció. Aunque si me volvía a sonreír, estaba segura que mi molestia se iría como pasan las estrellas fugaces.
—Sí, Celeste, tengo dos cosas que he decidido hacer desde el momento en que te vi hace unas horas en tu sala… bueno en realidad para eso vine, pero al verte me dio más seguridad.
—Me confundes, no te entiendo —sonreí nerviosa por el hecho de que él no dejaba de verme a los ojos. El infeliz era un adonis, sus rasgos finos, sus ojos llenos de vida, brillantes, atrapantes… su cabello lacio y castaño todo enmarañado, pero a la vez perfecto y si me atrevía a mirar más abajo, sabía que me iba a llevar el deseo, su cuerpo era demasiado provocativo… prácticamente me sentía como un león mirando a una gacela.
—Mira —susurró y se acercó a mí con mucha seguridad, sin ningún aviso o tapujo y me besó. Al principio abrí mis ojos por la impresión de que me parecía increíble que él me estuviera besando, pero al ver que disfrutaba del contacto y que estaba muy concentrado en el acto, cerré mis ojos y me dejé llevar.
Succionó mi labio inferior, lo mordió, haló mi legua, tocó mi rostro con ambas manos y dejó que se escuchara su respiración entre segundos cuando se separaba para mirarme a los ojos y luego volvía a besarme con aquella majestuosa intensidad. El beso fue poco a poco descontrolándose, hasta que terminé acostada sobre él y eso me gustó porque sentía que tenía el control de la situación. Él sonrió luego de soltar un suspiro y siguió besándome con ímpetu, como si lo necesitara para poder vivir. No tardó mucho en que sus manos acariciaran mis senos y cintura, cuando afinqué mi sexo sobre el suyo, noté que estaba bien dotado y eso aceleró mis ganas de querer tenerlo bien adentro y sabía que no sería difícil porque el vestido que llevaba puesto era perfecto para la ocasión.
—En este punto, Celeste —soltó, según sentí besándome con más calma—. Tengo que hacer la segunda cosa que decidí.
—Después de besarme como lo has hecho, supongo que lo segundo que te propusiste era hacerme tuya, no tienes por qué mentir, somos adultos, tengo que admitir que a mí también me provocó hacerte el amor en cuando te vi —y me detuve en seco por mi ataque tan descarado de sinceridad.
Darío soltó una pequeña carcajada y el hecho me confundió un poco.
—Eso lo he pensado desde hace años, he observado tus fotos en las redes sociales y te he visto crecer desde lejos… hablaba de otra cosa, algo que cambiará lo que piensas sobre mí —fruncí el ceño, no entendía lo que me decía, el cambio tan raro de conversación—, eso también te dará la respuesta de por qué jamás me volviste a ver o el por qué nunca respondí tus email o mensajes.
—Espera… un momento… ¿tú has estado siguiendo mis pasos? ¿Yo aún te importo como para que a estas alturas me estés averiguando la vida por las redes sociales? —estaba impactada por esa confirmación de hace un momento, era ilógico, no me respondió jamás los mensajes, pero si se molestaba en saber todo lo que hacía.
—Estoy enamorado de ti desde niño y eso no ha cambiado. De hecho, es algo más profundo que eso, pero es la manera más conveniente de decirlo. Tengo sentimientos profundos por ti y el tenerte aquí en frente, besarte, olerte y el tocarte como hace un momento, me ha confirmado aún más la situación —se alejó un poco de mí y dejó verse preocupado, al ver que pasaban los minutos y que yo no decía nada, continuó—. Creo que lo que pasó esta noche fue demasiado, no debí cruzar la línea, ni decirte de esta forma mis sentimientos… mejor me voy… perdóname.
Sus palabras generaron un impulso en mí.
—¡No! Tú no saldrás de aquí, no sin antes decir qué es eso que debo enterarme que cambiará la percepción que tengo de ti… algo me dice que el hecho de que solo me digas que estás enamorado de mí no es la verdad completa, no soy tan tonta como aparento —le toqué la mejilla y su piel era tersa, muy suave, es que sabía que el hombre que estaba frente a mi escondía algo más, su sola presencia parecía irreal.
—Antes que nada, deseo pedirte disculpas por haberte abandonado, solo cumplía órdenes de mi madre, era un niño sin voz ni voto en las decisiones.
—Es absurdo que me digas en este momento eso, esas fueron cosas que no podías manejar, eras solo un niño… además no éramos nada, solo amigos, solo unas criaturitas a expensas de las decisiones de sus padres; aunque acepto que me dolió que no respondieras mis emails, ni cartas, ni que no volvieras a tener contacto conmigo… fuiste cruel. Luego de tres años decidí olvidarme por completo de ti y bueno… lo logré tanto que ni te reconocí cuando te vi.
—A eso me refiero, quiero que me perdones por eso… fueron muchas cosas con las que debí lidiar… mira Celeste, la verdad es que tus padres no te han dicho lo que somos todos nosotros… te han obviado una información importante para tu existencia… y sí, también me di cuenta de que no sabías quién era cuando te saludé hace unas horas en la sala.
Me molestaba un poco que hablara así de mis padres. Así que fui tajante al preguntarle:
—¿Qué somos nosotros? ¿Qué somos según tú? —por un momento sentí que la conversación se salía de su cauce, se me declaró y ahora hablábamos de secretos y sobre mis padres.
—No me lo vas a creer, pero venimos de un linaje de lobos, somos… —dudó— conformamos parte de una raza sobrenatural… —en ese momento abrí mi boca sin tener nada que decir—… sé que es extraño, pero te lo explicaré de la mejor forma —hizo silencio como pensando bien sus palabras—. Las mujeres de nuestra raza solo desarrollan su cambio cuando son tomadas sexualmente por otro de nuestra especie, por su parte los hombres se transforman al cumplir los dieciocho años, crecemos físicamente hasta los treinta años y ahí nos congelamos literalmente a nivel de fisionomía… —se acercó y me tocó la mejilla—… me estoy yendo por la tangente, lo que quiero decirte es que ambos, tú y yo nacimos para permanecer juntos, es por eso que siempre existió esa atracción y necesidad de estar juntos, pero tus padres decidieron que tu vivieras una vida diferente, más humana —sonrió, pero tenía tristeza en sus ojos—. Ellos han cambiado de opinión en cuanto se enteraron de mi desdicha y tristeza; así como cuando comprobaron de tu afán por no estar con nadie… nuestra raza es así…. cuando nos alejan de nuestras parejas no terminamos de ser felices.
Mis pensamientos daban vueltas sin control en mi mente, eso que acababa de escuchar era tan abrupto y absurdo, aunque algo dentro de mi aceptaba que ahora ciertas cosas tenían sentido, como el hecho de soñar constantemente con lobos, el que mis padres se vieran tan bien conservados para su edad y ese sentimiento irracional de no permitir que ningún hombre se me acercara para ser mi pareja. Lo máximo que podía tener era una noche divertida y si lo veía pues me hacía la que no recordaba nada, era una apatía que me dejaba frente a los demás como una persona sin sentimientos.
—Dime algo… ¿ellos nos eligieron para que fuéramos pareja o fuimos nosotros de forma así, como ocurre la impronta con ciertos animales? —necesitaba la respuesta a eso, no soportaba que mis padres quisieran manejarme la vida, como ya estaba claro en cierto modo la habían medio arruinado.
—Fuimos nosotros, es algo natural —replicó de inmediato, acortó la poca distancia y volvió a besarme. Era difícil no desearlo, me sentía absorta ante su olor, anonadada ante la suavidad de su piel y labios; se sentía increíble estar entre sus brazos… como si ese fuera mi hogar… muy a pesar que la historia que me acababa de contar me pareciera bastante increíble—. Celeste, si te hago mía, entenderás y creerás lo que te digo, no te estoy mintiendo, ni digo todo esto para acostarme contigo… permite que ambos encajemos en la realidad que nos negaron y que por mucho tiempo nos ha aguardado.
Asentí. No podía razonar, ni mucho menos alejarme; y ni hablar de poder abrir mis ojos para caer en conciencia de que prácticamente me acostaría con un desconocido. Solo deseaba sentirlo, besarlo, arañarlo, morderlo y moverme encima de él todo lo que quedaba de noche.
No pasaron muchos minutos antes de que ambos estuviéramos desnudos, haciendo el amor. Darío rasgó mis ropas y se arrancó en pocos segundos la de él, me embistió con tantas ganas que fue difícil mantener mis gemidos a un tono razonable para que no me escucharan todos en la casa.
Darío me besó el mentón y pasó su lengua por mi cuello hasta besar mis senos, los apretó y lamió hasta que no tuve más reacción que arquearme presa del deseo. Sus manos calentaban mi piel ante su contacto, pero deseaba más, no quería que por nada del mundo se detuviera. Enterré mis manos sobre su cabello y lo halé hacia mí para poder besarlo mientras que él no detenía sus constantes embestidas, quería que me diera más duro, que me hiciera gemir hasta el completo descontrol.
Me volteó para ponerme de pecho hacia al suelo y me penetró de nuevo, apretando mi cintura y mis glúteos, su fuerza ejercía en mí ganas de que me siguiera tocando de esa forma, con esa pasión ligada a cierta brutalidad, eran reacciones instintivas, como si algo primitivo se hubiera despertado dentro de mí.
Él no era como los otros, la situación estaba muy clara, él sí que despertaba mi lado irracional y descontrolado; el hecho no me molestaba, por el contrario, ansiaba poder sentir y experimentar mucho más.
Me haló por el cabello para poder alzarme un poco y así poder morder con delicadeza mi hombro derecho y luego hizo lo mismo con el izquierdo, su aliento y respiración lo sentía por mi espalda y todas esas sensaciones se intensificaban porque él no dejaba de entrar y salir una y otra vez de mi cuerpo.
Volvió a voltearme para que quedáramos de nuevo cara a cara, luego colocó mis piernas flexionadas frente a mi pecho y volvió a hacerme suya. La excitación subió a niveles insospechados más cuando sentía que su sexo entraba hasta el último rincón que mi cuerpo podía proporcionarle.
Cuando llegamos al orgasmo, segundos después lo miré a los ojos y algo hizo explosión en mí… en ese momento acepté que su historia sí era real.
No me mentiste —pensé, al no poder articular palabra, viendo mi pelaje dorado que se unía con el suyo que era de un color negro muy intenso. Estaba incrédula, asombrada, por lo que estaba pasando.
Tengo demasiadas cosas que reclamarles a mis padres, no sabré por dónde empezar, solo sé que la conversación no será nada amable.
Ya habrá tiempo de que aprendas todo sobre tu nueva condición —se acurrucó más hacia mí— Tengo años deseando tenerte así, esto sí que lo veo irreal, que estés aquí, así conmigo.
Es irreal que seamos lobos y que hayas destrozado ese hermoso vestido —contesté divertida, aunque aún sentía correr la adrenalina y calor por todas las venas de mi cuerpo.
Tranquila, te compraré cientos de vestidos; y sí, no te quito ni un poco la razón, nuestra condición parece sacada de un libro.
Asentí sintiéndome un poco preocupada.
Y ahora, ¿cómo saldré de aquí? —miré hacia los lados considerando que era un lobo enorme, y si me volvía de nuevo humana, estaría desnuda.
Ya vuelvo mi amor —Darío se transformó en humano, bajó con un silencioso salto hacia el jardín trasero y salió corriendo hacia mi terraza. Vi cuando con un ligero salto entró sin ningún esfuerzo por la ventana de mi cuarto, pocos minutos después trajo consigo un jean, una franela y unos pantis.
—Necesito que te concentres y pienses en ser una humana… con eso volverás a ser la misma de siempre —me sugirió aún desnudo. Por mi parte no deseaba vestirme, quería seguir haciendo el amor, pero no debía parecer tan desesperada así que terminé haciéndole caso. Me concentré y sin ningún tipo de dolor o esfuerzo innecesario volví a mi fisionomía habitual. Me vestí un poco avergonzada de estar desnuda frente a él, ya habría tiempo de sentirme a gusto. Una vez lista, lo miré a los ojos y suspiré, asombrada de como todo mi concepto de vida había cambiado en solo unas pocas horas.
—¿Te pareció bueno nuestro encuentro? —murmuró dándome un corto beso, era difícil ignorar que su miembro estaba duro como una roca y reclamaba atención.
—Puedes estar seguro de que me encantó —contesté tomándole el rostro para acercarlo de nuevo y darle otro beso, mi cuerpo ni por un segundo se quería alejar de él.
Qué situación tan hormonal, por Dios, si era difícil ser humana con todas esas sensaciones por dentro, ahora ser un ser sobrenatural prometía no darme descanso en ese aspecto.
—Te espero adentro, en la sala. Me iré a vestir, mamá me dejó ropa dentro de tu habitación, no la traje conmigo, porque supongo que necesitas estar un tiempo a solas antes de volver a mirar a tus padres a la cara —sonrió de forma pícara y se dirigió de nuevo hacia mi terraza.
—Está bien, nos vemos en un momento —sonreí, di un salto y caí sin hacer el mínimo ruido sobre el suelo, enseguida, comencé a caminar hacia la puerta del fondo para ir al encuentro con mis familiares.
Muchas cosas debían serme explicadas, pero a pesar de eso estaba agradecida de que por primera vez en mi vida sentía que estaba completa y a donde pertenecía. Mis padres se habían salido con la suya, en definitiva me quedaría por el momento en el país donde había nacido, Venezuela, hasta que estuviera al tanto de hasta el más mínimo secreto que se me ocultó.
Al llegar a la sala noté que la música estaba más alta, en cuanto me vieron entrar todos tenían una mirada entre curiosa y acusadora, pero me valía madres lo que pensaran. Si estos eran lobos como me había dicho Darío, asumía que se habían dado cuenta de mis gemidos en el fondo, de mi cambio de ropa y de que otro lobo estaba arriba en mi cuarto. Mamá fue la primera en dirigirme la palabra.
—No estoy en el derecho de preguntarte o reclamarte nada, más bien disculpa las malas decisiones del pasado… no cometas las mismas que tuvimos tu padre y yo —papá se acercó y la abrazó, supuse que era porque la apoyaba en sus palabras—, pero sabes hija —sonrió—, deberías subir.
Entrecerré los ojos y asentí, no tenía cabeza para hablarle o discutir con ella, solo deseaba una cosa… por primera vez quería hacerle por completo caso a mi madre, quería subir a mi habitación.
—Más tarde hablaremos, los tres —miré a papá—, sobre todo esto… y les agradezco que ni por asomo se acerquen a mi habitación. Esperen a que salga y no importa si lo hago en tres días, solo quiero que me den mi espacio. Ellos sonrieron y asintieron, los sentí cómplices, pero estaba tan molesta por lo que me habían hecho que por el momento era mejor ignorarlos.
Miré buscando a la madre de Darío, en cuanto la reconocí caminé hacia ella y le dije:
—Debió tomar una mejor medida ante todo esto, jamás es bueno tomar decisiones en pro de otras ya mal tomadas… eso solo trae peores consecuencias… —hice silencio— supongo que ya lo sabe.
—Sí y lo lamento, si me lo preguntas, siempre quise que mi hijo fuera feliz, pero tampoco podía obligar a tus padres a actuar de una manera que no querían.
—Es entendible, pero de igual manera sostengo mis palabras… con su permiso —me di la vuelta y caminé hacia las escaleras, el silencio en la sala era sepulcral, cuando cerré la puerta de mi cuarto detrás de mí, noté que volvieron a subir el volumen de la música.
—Ahhh… que oportunos —se burló Darío, que ante mi asombro estaba aún desnudo.
—¿Tú no te piensas vestir? —me burlé caminando hacia él para poder abrazarlo y darle un corto beso.
—Más bien tengo intenciones de quitarte toda esa ropa, qué fastidio, me interrumpe las profundas ganas que tengo de aprovechar el tiempo perdido —empezó quitándome la franela y dejando mis senos expuestos. Debajo no tenía sostén y él no se había molestado en traerme uno.
—Podríamos hablar y ponernos al día con lo que estudiamos, hicimos o donde trabajamos —volvía mi buen humor, la verdad era que no quería eso, deseaba lo mismo que él. Me cargó y acostó sobre la cama para poder colocarse encima de mí y comenzar de nuevo a pasar su lengua húmeda sobre mi cuello y el mentón, hasta llegar a mis labios y poder dar sutiles y cortos besos.
—Ya habrá tiempo para eso, por el momento deseo aprovechar las últimas horas de oscuridad de la noche, además la luna llena nos acompaña, deseo con todas mis fuerzas hacerte mía hasta dejarte sumida en un sueño profundo.
Que afortunada soy, los humanos no tienden a pensar de esa manera.
—No opondré resistencia, ni hoy, ni nunca —para qué mentirle o hacerme la santa, nada mejor que ser quien en realidad era y si él me aceptaba ya lo demás estaba hecho.
—Las humanas jamás entienden eso, que agradable es que seas mía… y aún más que seamos inmortales, porque no me cansaré de esto, y necesitaba de alguien que me aguantara el paso.
Solté una carcajada por su ocurrencia.
—La primera noche de muchas, por lo que veo —solté afincando mis caderas hacia su sexo y notando que estaba listo para la acción.
Asintió.
—La primera noche de nuestra eternidad… feliz Navidad mon amour—volví a reírme, me gustaba su sentido del humor.
—Feliz Navidad, amor.
FIN
“Los reencuentros con personas que apreciamos, siempre vienen con sorpresas; que por una buena o mala razón nos cambian”
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