Microrrelato como protesta 4: El discurso del Presidente

in #castellano7 years ago
El Presidente, sentando en un sillón de roble, memorizaba cada palabra del discurso. Le acompañaba su esposa, el director de su partido y seis escoltas. Vestía pantalón y saco satinado, corbata roja y una cinta tricolor cruzada desde el hombro.

Minutos antes de su proclama, alargó el brazo hacia la mesilla que tenía a su lado y tomó una botella de agua mineral junto con un par de pastillas para calmar los nervios. Elevó el cristalino vaso a la altura de su rostro y examinó su contenido un instante, revolviéndolo para observar el vaivén y las burbujas que se iban formando, en un intento desesperado por alargar el momento. Pero al advertir el reflejo inquieto de su jefe de seguridad, introdujo las pastillas en su boca y tomó un gran sorbo de agua, paladeándola en la boca hasta calentarla y tragó.

— Ya es hora. Indicó el jefe de seguridad.

— No sabes lo que haces, replicó su director de partido.

— Por eso lo hago, respondió la cabeza presidencial.

El robusto hombre, abrazó a su esposa y fiel seguidora. Ella le ofreció una sonrisa incrédula y asustada de regreso. Siguió al jefe de seguridad al palco al que se ha subido tantas veces a jugar a ser líder. Los diputados de su recién creada Asamblea lo recibieron, como de costumbre, con aplausos y muestras de fidelidad. Hasta que se sentó, se tocó el enorme bigote y pidió silencio. El ruido entre los presentes, acostumbrados a sus ocurrencias extrañas y buen humor en cualquier situación, se disipó.

El Presidente repasó todos los rostros ansiosos que alcanzó a ver y comenzó:

— Buenas noches, queridos compatriotas. Antes de iniciar, les aviso a los medios presentes que mi tiempo aquí es limitado, por lo que no aceptaré preguntas.

El murmullo entre los periodistas comenzó a latir.

— Por favor. Les pido que mantengan el orden. Podrán preguntar lo que quieran a mi querida Delcy, que continuará dirigiendo esta asamblea y responderá todo lo que quieran.

En este punto la tensión podía cortarse con tijeras y la expectación era máxima.

— Desde hace unos meses, me he reunido con grandes personalidades y representantes de todos los ámbitos productivos de nuestro país, y todos me han expuesto la misma situación: Venezuela está en ruinas. El país se nos está cayendo gracias a los ataques brutales de la oligarquía y aunque he hecho todo lo posible para acobijar a mi querido pueblo, como han visto, dándoles su cajita del CLAP, otorgando sus merecidos bonos, y creando la super moneda Petro. Ya no puedo más. Debo admitir que no me siento preparado para este ataque y por lo tanto hoy hago pública mi renuncia.

El murmullo se convirtió en escándalo.

— Considero que lo mejor que puedo hacer con y para mi pueblo es darle el poder a alguien más capaz, —acentuó tragando saliva—, habrá quienes me juzguen de traidor, pero a todos les digo que hoy más que nunca estoy con ustedes, tomo esta decisión por el bien de mi tierra hermosa.

Tras soltarse un poco la corbata, entre flashes y bullicio, el presidente apresuró el paso y salió del sitio entre sus escoltas hacia un vehículo blindado que lo llevaría, junto a su esposa, a la avioneta que lo sacaría del país.

Detrás de él dejó una cúpula corrupta desquebrajándose y mucha incertidumbre.

Una nueva etapa iniciaba para Venezuela.

Y entonces, el asustado dirigente despertó. «Hoy le quito tres ceros a la moneda».

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Si te ha gustado, te invito a leer a leer mis publicaciones anteriores:

Secuelas de la guerra: Rafiq (relato original)

Microrrelato como protesta 3: Querida Lucía

Microrrelato como protesta 2: Utopía

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