Ponerse a resolver lo que no está resuelto es el trabajo de cualquiera que se dedique a la investigación. Ampliar el campo de conocimiento humano necesita al menos de la pregunta, y resolverla es el juego y si se logra de forma elegante, eficiente y sencilla mucho mejor.
Pero para las tareas más profundas, el problema es que no existe ni siquiera pregunta.
Existen tres clases de acceso al conocimiento.
El más básico consiste en deducir conclusiones a partir de unos principios dados. A esto te enseñan en el colegio y en la mayoría de las universidades. Solo se necesita seguir unas reglas simples y suponer, lo que casi nunca es cierto, que los caminos convergen hacia la solución. Es el pensamiento secuencial, fundamentalmente verbal.
La intuición es otra forma de pensamiento que se adquiere entrenándose con objetos matemáticos. Utiliza el pensamiento espacial que se dedica a organizar relaciones y similitudes y llegado el momento, muestra la solución en el espacio. Para activar este pensamiento se requiere comprender muy bien la pregunta y crear un espacio de calma y recogimiento donde no se piensa en el problema y se espera a que la solución esté lista.
Pero ninguno de estos dos traspasa la esfera del lenguaje donde estamos inmersos. A lo más se consigue ampliar, pero no trascenderla.
Para la tercera forma, hace falta echar mano de todo el potencial mental. En este caso no se usan palabras, ni intuición. No se requiere de pregunta, por lo que las soluciones son infinitas. Es la mística. Te sumerges en estados especiales de conciencia y al emerger y recobrar la consciencia obtienes la pregunta, la comprensión total de la respuesta e incluso pistas para investigar y ayudar a la intuición a aterrizar el conocimiento.
Es lo que obsesionó a Ludwig Wittgenstein y apuntó al final de su vida: la mística como forma de escapar a la esfera del lenguaje.
Pero la mística no es magia, en absoluto. Requiere de una disciplina de entrenamiento, y hay varios tipos. Los principales son las llamadas rūpa-jhānas que se basan en la generación voluntaria de neurotransmisores, combinándolos de formas precisas. Y las arūpa-jhānas cuya naturaleza tiene más relación con la hipnosis que con las drogas endógenas.
Hay multitud de estados y el entrenamiento consiste en llegar a cada uno de ellos y salir con algo. Qué es no lo podemos saber de antemano. Es la búsqueda del tesoro en la profundidad de la conciencia. Y nunca defrauda. Siempre va más allá de cualquier perspectiva que se quiera emplear.
La mística tiene el inconveniente de que para bajarla al lenguaje y poder comunicarla necesita primero de la tranquilidad y la intuición y después de una construcción deductiva estándar para demostrar lo que resulta evidente, pero que nadie puede ver directamente.
En mi caso, tuve un gran entrenamiento en matemáticas durante mi paso por la Escuela Superior de Ingenieros Navales. Un entrenamiento despiadado gracias a las matemáticas. Ahí aprendí a pensar con una ventaja competitiva respecto al resto de las personas. Además, se exigía todos los años realizar investigación base que no estuviera documentada. Gracias a ello pude encontrar rápidamente los límites de la esfera del lenguaje y como ampliarla.
Por otra parte, mi adolescencia fue marcada por la mística. En ella encontré lo que no se halla en ninguna otra parte. El éxtasis y la felicidad que se logran con ella no tiene punto de comparación con ninguna actividad humana.
Durante 25 años me empleé en acumular conocimientos para conectarlos, título tras título en seis áreas de conocimiento humano: Arte, Informática, Empresa, Seguridad y Salud Laboral, Seguridad y Finanzas. Y, como siempre, nada que mereciera el calificativo de “interesante” estaba escrito en ninguna parte, sino que surgía mediante las asociaciones que realizaba mediante la intuición. Es lo que los expertos llaman “dominar” una materia, que no es otra cosa que tener la visión completa y conectada con otras clases de conocimiento del que se puede servir y puede servir.
Puede encontrarse algún libro que contiene algo útil, pero no es normal en absoluto. Si está en los libros o es mentira, o ya no sirve. Y así, como viene tampoco vale sin conectarlo con todo lo demás.
Los libros vienen a ser como el ropero de un soltero. Solo contiene lo que nunca usa, que suele estar en sillas, puertas y colgado de la terraza.
Pero para mover las cosas hace falta la emoción. Y para hacerlas hay que parar. Y para parar nada mejor que un buen choque.
Y sucedió lo imprevisible: una sacudida emocional tan fuerte que me dejó más hundido que tocado. Gracias a ella, mi cerebro me regaló un abono permanente a una crisis de ansiedad crónica y, si eso no era suficiente, la aderezaba con ataques de pánico en grupos de hasta seis por día. Y eso, durante años. Es difícil concebir un nivel de sufrimiento mayor que este. Me fui a vivir al infierno.
En medio de todos los tormentos y aburrido de sufrir una muerte tras otra sin acabar de morirme, encontré la pregunta, una desagradable:
¿Qué soy yo?
a) Mi cuerpo era una construcción de mis genes que solo obedecen a su propia replicación y me usan para que me aparee.
b) Mi mente está llena de memes que no son míos y que pugnan por ser pensados sin que pueda hacer nada por evitarlo. Yo no era yo. Ni era mío. Y ni siquiera el pensamiento era yo, y ni era mío.
La pregunta no era la manida ¿Quién soy yo? sino ¿QUÉ soy yo?
Y lo que está claro es que no hay espíritus, ni almas, ni entes, ni dioses ni elucubraciones platónicas. Todos ellos son memes. Se sustentan solitos y si están es porque son poderosos y resisten incluso a mi pesar.
El alma es un meme contagioso que no me pertenece. Por otro lado, la “solución” nihilista es grotesca, si suicidarse es la solución, es una solución que no es solución, es una estupidez. Es como resolver un problema rompiendo la hoja en la que viene escrito.
Me di un plazo razonable para encontrar algo elaborado que contuviese una ética, pero a la vez negase al “yo”. De no encontrarlo, lo hallaría por mí mismo.
Este planteamiento que parece lógico, es un error que me costó 9 años de dar vueltas sobre una montaña de textos que no llevan a ninguna parte a la que llaman “budismo”. Y eso fue porque muy pronto cayó en mis manos cayó un opúsculo de una monja budista alemana cuyo título era algo así como “Meditando en el No-Ser” de una tal Ayya Khema, y el asunto prometía porque supuse, muy mal, que el budismo era una filosofía “seria” con historia, con una ética y que daba soluciones.
Nueve años para enmendar el error de confiar en terceros lo que debía hacer por mí mismo. Palabras son palabras, y no se puede trascender del lenguaje usando lenguaje. No te puedes lavar las manos con agua sucia. Tras ese tiempo, después de comprobar que todo lo estudiado era pura basura, me encontré casi como al principio, pero, sin saberlo, había reunido las cuatro condiciones que se necesitan para dar con la llave.
La primera era vivir alejado en un lugar agradable con agua cerca. Lo segundo, deseos de aprender. Lo tercero era practicar jhānas y lo cuarto y más importante, confiar solo en mí mismo. Ni maestros, ni guías, ni sectas, ni libros, ni nadie. Nada.
Cuando renuncié al mundo satánico budista, inmediatamente encontré un método infalible para lograr jhānas. Una vez conseguidas era lo que buscaba. Te cambia radicalmente anulando cualquier clase de virus mental. Los memes fueron fumigados.
Y me di cuenta que lo que sentía correlacionaba directamente con la experiencia en una serie de drogas que eran obviamente endógenas, y el método para lograr las jhānas requería previamente de saber generar casi toda la colección de neurotransmisores, y no solo eso, sino saber mezclarlos, agitarlos y consumirlos.
Todo ello, inmóvil, sentado bajo mi palmera.
Ciertamente recordaba en mi infancia que eso de “meditar” era drogarse. No recuerdo cuando ni donde lo leí.
Entusiasmado con algo que realmente funcionaba no tardé en protocolizarlo y verificarlo en terceros. Así que lo probé con todo amigo que se dejara. Si se hacia correctamente, salía inmediatamente.
Poco a poco, la misma práctica me fue llevando a estados cada vez más profundos y de naturaleza bien distinta, llegando únicamente a sentarme. Lo demás aparece solo.
Una corta meditación de pocos minutos que, al emerger de diferentes estados de conciencia alterada en los que me sumerjo, surge la pregunta inédita y junto con ella la comprensión general de la respuesta. Después, haciendo uso de mi modo intuitivo de pensamiento, todo lo que debo hacer es estar distraído el día, hasta el momento en el que viene la “inspiración”. Entonces me pongo delante de mi laptop y sale el capítulo de un tirón, siendo el primero en sorprenderme y aprender con el resultado. Así, unas 600 veces, cada vez con una visión más fina de la realidad y sin repetirme. Y lo mejor, sin retroalimentarme: que salga tal cual.
Empezaron a sucederse cambios radicales tanto en la mente como en el cuerpo. Y llevado a la necesidad de documentarlo todo, comencé a escribir en mi blog, esperando contrastar mis experiencias con algunas similares.
Opté por centrarme en el “mundillo budista” aunque lo que hacía estaba inspirado solo en sí mismo fundamentalmente porque mis colegas ingenieros no están para estas cosas. Sin embargo, ese mundillo era un erial.
Nadie sabe meditar. Ni siquiera los monjes.
Mi inicial rechazo radical del budismo por ser una amalgama informe de prácticas inválidas, fue pasando poco a poco a ver por mí mismo que el Buddha había recorrido el mismo camino con un resultado similar. Sin embargo, las terribles traducciones hechas por teóricos de lo que no conocen, distorsionan hasta el ridículo el mensaje de un Buddha que nunca quiso enseñar más allá de su muerte.
Durante mucho tiempo, cada uno de los episodios encontraba un paralelo claro con dos o más suttas. Por lo que, simplemente, los incluía en el texto. Pero llegó el momento en el que, en aspectos clave, mi metodología iba más allá de lo que el Buddha quiso, pudo o supo explicar, sencillamente porque nadie le iba a entender. Y ahí continué hasta ahondar y alumbrar la infraestructura de lo que es real, de como eliminar el sufrimiento o tomar control sobre la mente.
Como quien no sabe explicar, es porque no sabe, el objetivo debía ser que explicar la realidad empezando por algo obvio, como es que “todo está condicionado. Y la tarea era simplemente esa: mostrar como una correlación lógica, sin saltos al vacío y usando bloques funcionales, cómo son los mecanismos que construyen lo que te parece real, en qué consisten, cómo son, cuál es su naturaleza y por qué no pueden ser de otra manera.
Y, concluir explicando de forma sencilla cómo escapar de ella.
Porque la ilusión es eso, una ilusión y, por tanto, es insatisfactoria, es impermanente y carece de sustancialidad.
Más allá del sufrimiento y con la sabiduría conquistada, sin querer volver a vivirlo. Esa es la solución a muchos de los eternos problemas. De forma práctica y racional. Sin necesidad de más fe que la que se necesita para leer y tratar de cuestionar lo que este libro contiene.
Hay una miríada de condiciones necesarias para que escapes del Samsara.
Te regalo ésta.