Mucho hemos avanzado como civilización, sin embargo, hay quienes siguen creyendo que las vías violentas pueden ser legítimas cuando se trata de alcanzar alguna reivindicación social. Es frecuente ver en los diferentes informativos escenas donde grupos de personas expresan su descontento, reclamo, rabia o frustración, cortando vías o arremetiendo contra bienes y hasta personas. Pero los violentos son minorías. La mayoría de la gente no ve con buenos ojos las acciones violentas, más bien censura este tipo de comportamiento, sobre todo cuando ocurren en el marco de manifestaciones convocadas para reclamar algún legítimo derecho.
Casi nadie justifica que un pequeño grupo atente contra bienes públicos o privados con la intención de destruirlos, mucho menos que el motivo de la ira se dirija hacia algún semejante. El comportamiento violento incrementa sustancialmente los problemas de la convivencia, además, crea profundas heridas en todo lo que es el tejido social de las comunidades. Por donde quiera que se mire la violencia es irracional, improductiva e innecesaria. Sin embargo, siempre está allí, a la mano, una tentación a la que se cede fácilmente. ¿Acaso estamos condenados a ser violentos?
Imagen modificada de Pixabay/jplenio
Algunos datos del mundo de la ciencia pudieran servir para aceptar que en nosotros habita “cierta naturaleza violenta”, dispuesta a activarse en cualquier momento. A partir de los estudios del inglés Charles Darwin(1809-1882) se ha tejido una teoría de la evolución. Según ella, el humano que somos hoy ha sido el producto de un largo proceso que abarca miles de años. Nuestros más lejanos ancestros se remontan a un tiempo donde era muy dura la lucha por la supervivencia, estábamos en ese entonces bastante cerca del comportamiento animal. Para ese tiempo la violencia era necesaria y marcaba el ritmo de la vida. Aquellos seres no tenían alternativa, tenían que practicar la violencia.
Fueron miles de años donde los instintos eran la base para sobrevivir, fueron miles de años donde la violencia era práctica común y cotidiana. En ese modo de vida se fue codificando, de modo inconsciente y natural, un conjunto de instrucciones que quedaron impresas y que se han transmitido de generación en generación como huellas genético/culturales. A través de esas huellas ha circulado ─circula─, el modo de ser violento.
Imagen Pixabay/Papafox
No tendría nada de extraño que las huellas y los rastros de esas instrucciones generadas a partir de aquel modo de vida ─completamente necesarias para sobrevivir cuando el homo sapiens se dedicaba a la caza y la recolección─, persistan en el tiempo, que pudieran seguir acompañándonos en alguna parte de nuestra geografía genética. Eso justificaría el comportamiento violento en la actualidad.
Pero el mundo actual no se parece en nada al que les tocó vivir a aquellos homínidos, es completamente distinto, vivimos otra realidad. La cultura que hemos creado nos permite hacer la vida sin tener que acudir al uso de la violencia, ya no tenemos que enfrentarnos desnudos e indefensos ante un entorno hostil, las condiciones son otras y por lo tanto las respuestas también deben ser otras. Para nuestro tiempo el comportamiento violento dejo de ser una necesidad y pasó a ser una elección, una opción más; elegimos ser violentos, no es una imposición de la vida. Hemos construido un mundo donde somos libres de elegir si actuamos de un modo o de otro, no estamos condenados a repetir las respuestas de aquellos antepasados.
Imagen Pixabay/susisorglos089
Aunque a veces pudiera parecer que estamos perdidos, hay razones para ser optimistas sobre este tema. Vivimos en una época donde es notorio el avance que como humanidad hemos alcanzado en el logro de los derechos humanos, en el fortalecimiento de valores que tienen como fundamento el respeto a la vida y a las personas. Pensemos que hasta hace unos 200 años se aceptaba como normal la práctica de la esclavitud, hoy es inaceptable en todas las regiones del planeta, ninguna sociedad ni grupo humano la defiende. Existe una conciencia bastante extendida de que todas las personas merecen ser tratadas con respeto y consideración.
Ese gran avance en el respeto hacia los derechos humanos lo hemos adquirido a través de un largo proceso educativo. Los humanos podemos aprender nuevos códigos morales, nuevas valoraciones de la vida, con eso podemos mantener a raya el efecto de los instintos que queden por allí como rezago de una vida más cercana a la animalidad.
Imagen Pixabay/temmons33
Los códigos morales y la valorización de la vida no nacen con nosotros, los creamos socialmente y los aprendemos a través de nuestros procesos de socialización, en los que la escuela tiene una importancia fundamental. Por eso es tan importante el valor que se le da en nuestro tiempo a la educación de las personas, por eso es importante la masificación de la educación a escala planetaria. En la escuela podemos aprender a cambiar nuestras mentalidades, a ser mejores ciudadanos. Es en la escuela donde podemos seguir aprendiendo la importancia de valorar el respeto al otro, la tolerancia, el diálogo. Donde podemos aprender a resolver los conflictos a través de los medios pacíficos, a mantener la violencia a buen resguardo.
Con el nivel de civilización que hemos alcanzado debería ser suficiente para domesticar definitivamente la violencia, pero la realidad nos indica que todavía falta mucho camino por recorrer, que no nos podemos descuidar y que hay que seguir insistiendo hasta que nos convenzamos que podemos convivir pacíficamente.
Escrito por: @irvinc
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Un artículo muy interesante. Enhorabuena.
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Magnifico. Excelente articulo @irvinc. Las voces de los de los insensatos no son mayoría.
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