La bajada al mirador de Carmen Alto fue como sumergirse en un cuadro viviente. El aire fresco me envolvía mientras avanzaba por caminos que parecían diseñados para llevarte directamente a la calma. Al llegar, me encontré con una vista peculiar: los volcanes, siempre majestuosos, estaban ocultos tras un manto de nubes. Pero lejos de decepcionarme, aquello le daba un aire misterioso al paisaje.
El valle del Chili, con sus terrazas agrícolas perfectamente alineadas, se extendía ante mí como una sinfonía de verdes. Los campos parecían cobrar vida, y la tranquilidad del lugar invitaba a detenerse y simplemente contemplar.
Carmen Alto no necesita cielos despejados para cautivar; su encanto está en los pequeños detalles, en el susurro del viento, en la paz que se respira. Es un rincón que te recuerda que la belleza siempre está ahí, aunque a veces se esconda tras las nubes.
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