Amistoso, alerta, sensible, majestuoso, dócil y valiente: estos son los adjetivos que describen mejor al Akita Americano, un poderoso animal de compañía del que se alaban sus instintos innatos de perro guardián. Se recomienda encarecidamente su sociabilización desde edades tempranas. Se muestra relativamente desconfiado ante los desconocidos, y algo dominante con otros perros. Si bien no ladra en demasía, rebosa confianza, haciendo notar su presencia en cualquier circunstancia.
Una raza que ha evolucionado El Akita comenzó a ser conocido en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, donde fueron introducidos por el personal militar que volvía al país, procedente de Japón. Distintos cruces con molosos y Pastores Alemanes originaron la raza que conocemos hoy en día. El primer club de la raza se estableció en 1956, y el Kennel Club Americano la reconoció en 1972 (es decir, permitió su registro en el libro de orígenes y acceso a todas las exposiciones). Una cabeza de oso polar Este perro, grande y de constitución robusta –bien equilibrado y con huesos pesados–, presenta una cabeza amplia, en forma de triángulo obtuso, un hocico profundo, ojos relativamente pequeños y orejas erguidas, dirigidas hacia delante, prácticamente en línea con la parte posterior del cuello. Se dice que su cabeza recuerda a la de un oso, en concreto a la de un oso polar, pero lo cierto es que su parecido se queda ahí.
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