Al llegar al gimnasio, sentí esa mezcla de nervios y emoción. Las máquinas de pesas y las cintas de correr me esperaban. Comencé con un calentamiento suave, dejando que mis músculos se despertaran poco a poco. Me concentré en cada repetición, en cada movimiento, sintiendo cómo mi cuerpo respondía al esfuerzo.

Mientras avanzaba en mi rutina, recordé todas las razones por las que entreno: para estar más saludable, más fuerte y para demostrarme que puedo lograr lo que me propongo. Cada gota de sudor era un recordatorio de mi compromiso y de lo lejos que había llegado.

Al finalizar mi entrenamiento, una sensación de logro me invadió. Había vencido la pereza y demostrado que, con determinación, todo es posible. Salí del gimnasio con una sonrisa en el rostro y el cuerpo lleno de endorfinas, lista para enfrentar cualquier desafío que viniera.